jueves, 12 de septiembre de 2013

Un hombre consecuente

Por Gerónimo Huertas

Escribir con instinto de blog implica eliminar la distancia ¿Y eso puede ser peligroso? Que lo juzgue el lector, quien es en últimas el que decide; y que lo sienta el autor en carne propia como si fuera suyo, a pesar de que después de haberlo destapado, poco tenga que ver con él.

Lectores desprevenidos, en todas las épocas, parece el lector del blog un lector desprevenido, aunque si logra cautivarse, ¿se convertiría en un lector disciplinado? El caso es que la literatura, lo que se llama en algunas partes, la verdadera literatura, desde sus mismos inicios se escribe para pequeños círculos intelectuales, gran cantidad de ellos con pretensión de escritores; y se habla entonces de la “verdadera literatura” y la “alta cultura”; se aleja entonces la literatura de un caudal amplio de lectores que no acceden a ella o porque no la conocen, o porque no la entienden, o porque sus autores están tan ensimismados y han seleccionado tan arbitrariamente a sus lectores que no les importa sino sobrevivir para siempre en el anaquel de una biblioteca universitaria, a la espera de un desocupado estudiante que decida tomarlo y entonces darle sentido en un ensayo posmoderno. Literaturas habrá como escritores, pero siempre estará la figura del lector que cada vez va menos a la biblioteca en físico y que prefiere la biblioteca virtual o la nube. El mensaje del blog entonces cobra significado, más allá del diario, el blog puede ser literatura, pero es literatura de lo inmediato y con una mínima distancia.

Comenzó este experimento y he de decir lector, lectora (ahora con esta confusión de géneros que no se me quede nadie que no se sienta incluido, todos los matices también cuentan) que agradezco si permanece. El caso es que aquí me tiene y sin saber, ni usted ni yo (o tal vez usted más que yo) por cuánto tiempo, yo buscándolo y usted haciéndose el difícil. Si me disperso es porque quisiera dejar muchos cabos sueltos y que usted se atreva a completarlos, si lo desea, o a cortarlos, quemarlos, deshacerlos… puede mostrar su saña, pero con mañita para que suene mejor.

“No me gusta leer a los necesitados”, me dijo. Y pensé, ¿qué escritor no es un necesitado de atención, un fetichista, un chismoso y un voyerista? Por eso vendrá tanta artimaña detrás de cada letra.

Llama la atención la vida del escritor, a veces tan anónima, pero tan fabulada. Es mejor no conocerlos, definitivamente, hagamos caso del adagio. El lector, si no lo conoce (si lo conoce fabula aún más, claro), suele preguntarse cómo será, qué comerá este petulante, si es gordo o si es flaco, quiere identificarse con él, hallar un amigo sincero; entonces lo quieren ejemplar y a su medida, que sea recto políticamente, de una rectitud férrea como la suya, la del lector, que sea un hombre consecuente, imagínese usted lectora, un hombre consecuente. Los lectores los buscan a la medida de sus circunstancias, buscan algo consistente en que agarrarse; y los que piensan en consistencia, se equivocan, claro, porque el escritor de literatura es más bien inconsistente. Se debería siempre huir de la consistencia, lectora, lector, digo de la consistencia superficial.

Pura parodia y metaforización gratuita, como la de anoche. Escuchaba al novelista decir, “hay que guardar el texto en un cajón, 9 meses, un año”. Es una distancia prudente, más cuando en el escritor está siempre el deseo de inmortalizarse en su terruño, ansían también algunos a inmortalizarse en su lengua, pero ambiciones hay tantas como individuos, ahora que muchos de ellos coincidan con sus ambiciones en los mismos palcos, en los mismos titulares, en las mismas secciones de los noticieros, es tema de otro fragmento.


Lo cierto es que nuestra actual literatura se encuentra en su destino, casi siempre a un lector de lo inmediato, un lector sin memoria, un lector que admite pocas distancias ¿El texto en el cajón se enmohecería? No, si es constante, universal e inmediato, siempre inmediato, ahí está el desafío.