sábado, 26 de marzo de 2011

Calle 200 - Leoquirón



Foto: Natalia Cruz


Las gotas que descendían de la negra nube resplandecían como el cristal de Murano, tornasoladas, talladas al fuego. El sol de la mañana dibujaba en las sombras las desleídas banderas que empezaban a aparecer en los pórticos. Mirando al cielo, se sorprendía que sólo esa nube oscureciera su firmamento. La observó detenidamente con los ojos fijos en ella para descartar un complot de caricatura, como en los dibujos animados de su infancia, que en un día desastroso eran perseguidos por sus propias tormentas. La solemne mañana comenzaba con ironía.

Una gota acertó con su pupila, el párpado por reflejo se cerró. Al abrir nuevamente los ojos, todo lo que observaba se volvió acuoso, abigarrado, la estrecha calle se vestía ante sus ojos; al fondo la avenida repleta de carros y humo. El ruido le llegaba hirviendo y los vidrios resplandecían con los primeros rayos del sol. Entonces volvió a mirar su nube, ahora más negra. Había tomado la forma de un ave. Un chulo enorme, pensó. Un cóndor enorme…la relación se le hizo torpe. ¿Cuándo había visto volar un cóndor? Muchos chulos, sí, pero un cóndor no.

Los había visto volar en la pantalla del televisor. El único recuerdo vivo que tenía de esa ave, era en un zoológico; allí parada en un palo con un aspecto triste, decadente… y en el escudo, claro, allí también: Cóndor de los Andes con alas extendidas, mirando a la derecha, y corona de laurel en el pico;cinta de oro en la base de sus patas con la leyenda Libertad y Orden. Recordó la lección junto con otros mitos sobre los héroes que se erguían orgullosos para que los cagaran las palomas en los parques; y un pueblo que atravesó los llanos, subió los páramos con una cruz a cuestas, caminando descalzo, casi desnudo, buscando liberarse de un opresor extranjero, para caer en manos de uno conocido. Eso ahora hacía parte de la historia que narraba para él.

A los chulos les dicen gallinazos. También llaman así a los muertos. Cuando la gente hacía un corrillo, en el tiempo (cercano) de las bombas y los sicarios, se juntaban para ver sobre la calle la macabra lluvia de cadáveres y en coro cantaban, !chulo¡, !chulo¡, !vamos a ver¡. En el tiempo más lejano de la violencia, cuando parecía que por fin la gente se quería independizar, a los chulavitas los llamaban así porque venían de una vereda boyacense cerca de Boavita que tenía ese nombre. La independencia se quedó en borrachera, en guayabo y muchos chulos en las calles y chulavitas en las esquinas. En el Valle del Cauca se volvieron pájaros, con su propio cóndor y los pájaros adiestrados en el Magdalena Medio los rebautizaron como paramilitares. La metamorfosis fue lenta y sangrienta. Muchos años pasaron hasta llegaral mismo congreso a dar el parte de victoria: la exitosa transubstanciación, que se proclamaba desde los púlpitos y se vestía de traje azul, había resucitado como pesadilla.

El viento transformó la nube en otra cosa, disolviendo sus reflexiones. Los colores del murano en sus ojos fragmentaron sus pensamientos. Vio más chulos rompiendo un costal de basura, avanzando a pequeños saltos. Sus pasos le habían acercado a la avenida, miró el reloj en un aviso de cerveza que tenía otra ave nacional como emblema, ahora el estribillo rezaba: Sin igual y siempre igual. Se veía en los cielos, en los camiones, en los culos y tetas de las mujeres, en tiendas, estadios, por todas partes. Una canción de carrilera salía de una tienda y un hombre de rostro curtido y manos grandes bebía con avidez, otro hombre a su lado miraba con desconfianza.

Comenzó a llover con mayor fuerza, buscó la esquina para cruzar. Al otro lado del río de carros, brillaba un sol esplendoroso. Quiso cruzar pero el tráfico impedía siquiera intentarlo, pasaban veloces con su pesado humo y las ruedas girando al compás de las gotas de lluvia sobre el asfalto. Se resignó a su suerte y soportó estoicamente el aguacero. El semáforo cambió. Un muñeco verde marcaba el ritmo a los peatones contando los segundos. No quiso avanzar.

El muñeco verde aceleró los pasos contando los segundos regresivamente: 10, 9, 8… las banderas al otro lado ondeaban como en los televisores cuando empieza la programación. De la tienda salían gritos, comenzaron a llover botellas. Miró la nube sobre su cabeza. Otra vez chulo, otra vez cóndor imaginario que volaba sobre él. Se sintió empapado de imposibles. Recordó la fecha. Hoy, todo el amarillo lo empapaba de azul, el cadáver de un ave negra inundó la autopista y allí con el rojo que cubría sus ojos, sólo pudo sostenerse de un tubo metálico que tenía un letrero verde con letras blancas resplandecientes: Calle 200. Avenida independencia.